sábado, 17 de mayo de 2014

De todos los vicios

De todos los vicios, hay uno que no debemos tener: la paciencia. Estoy pensando en uno de los representantes más ejemplares de este rasgo de carácter, el Job del antiguo testamento. En medio de toda su miseria, no se le ocurre la idea de tomar una posición, al contrario, agacha la cabeza o, como dice la biblia: «En todo esto no pecó Job ni tachó de injusto a Dios». La mujer de Job que evidentemente es, de los dos, la que tiene un carácter más fuerte, le aconseja: «!Maldice a Dios y muérete¡» Pero él le responde:  «Cómo podría yo maldecir a Dios» Estoy convencido de que no le agradaría a Dios que yo lo maldijera»

¿Y si eso no le gustaba? ¿Y si lo encontraba censurable? ¿Qué tendría de realmente terrible si Dios se hubiese disgustado porque Job lo maldijera?

Por otra parte, Dios pone muy pronto las cosas en su lugar y da a entender a Job que no le resultaría nada agradable saber que se le criticaba. Entonces, el Eterno respondió a Job desde el corazón de la tempestad y dijo:

¿No he creado el Leviatán?
¿Quién penetrará con el garfio sus mandíbulas?
¿Quién abrirá las puertas de sus fauces?
Alrededor de sus dientes habita el terror.

¿No he creado el Leviatán, que es la más abominable de las criaturas? ¿No puede el Leviatán morder, degollar, descuartizar, mutilar, aniquilar? ¿Cómo vienes tú a dudar de mi autoridad, cuando yo soy el señor de todas las abominaciones?

Entonces respondió Job al Eterno y dijo:

«Tienes razón. Reconozco que eres el tipo más innoble, más asqueroso, más brutal, más perverso, más sádico y más repugnante del mundo. Reconozco que eres un déspota y un tirano y un poderoso que todo lo aplasta y mata. Ésta es una razón suficiente para que yo te reconozca y te honre y te alabe como el único Dios que concede la bienaventuranza. Tú eres el puerco más grande del universo. Mi respuesta a esta situación de hecho es que me someto voluntariamente a ti que estás lleno de sentido para mí y trato de amarte. Tú inventaste la Gestapo, el campo de concentración y la tortura: reconozco por lo tanto que eres el más grande y el más fuerte. Alabado sea el nombre del Señor»


Fritz Zorn

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